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Ana Sofía M.

Carta #5 desde el Perú: Las estrellas, vivir en el Lago Titicaca y dejarle de tener miedo a la espiritualidad.


Hola,


Sé que esta carta les va a llegar a muchas personas nuevas que se han unido a mi viaje. Gracias por estar aquí.


Lo que empezó desde el año pasado cómo una idea guajira sobre viajar por Latinoamérica, apenas se está haciendo realidad y estoy muy feliz por eso.


Visitar Perú era mi sueño y como soy intensa, decidí que lo mínimo que tenía que durar esta aventura eran 2 meses.


Han pasado 34 días de 60. Siento que el tiempo se me acaba y no quiero. Nunca me ha gustado sentir que voy corriendo en contra del reloj pero por eso escribo. Estas cartas son para que no se me olvide lo que sentí, vi y viví.


Hoy tengo muchas ganas de inmortalizar lo que experimenté en el Lago Titicaca.


Hace años, durante un trek escuché a una persona decir que nunca había visto las estrellas de una manera tan impresionante como en una de las islas del Lago Titicaca. Eso fue hace como 6 años y desde entonces no se me salió la idea de la cabeza.


Cuando estaba tratando de hacer un poquito de planeación de este viaje, tenía claro que en algún momento quería ir al Lago Titicaca y poder pasar tiempo en las islas aunque no sabía ni cómo ni desde donde iba a lograrlo.


Decidí que lo iba a resolver hasta que llegara a Perú y así fue.



Este viaje me causaba mucha ilusión pero ahora puedo decir que es de mis partes favoritas de esta aventura en Perú. Aprendí tanto, coincidí con personas increíbles y fue una experiencia que movió tantas cosas en mí que aquí les cuento el porqué de todo.


Mi recorrido empezó con 7hrs de autobus. Llegué a la ciudad de Puno 5am sin entender ni cómo me llamaba. Desayuné algo y me crucé a otros mexicanos que me hicieron la plática mientras comía. Me he acostumbrado a comer sola y en silencio, pero sí se extraña tener con quien hacer sobre mesa. Me hicieron extrañar mucho a mi familia.


De ahí, llegó el momento de subirnos a unas camionetas y dirigirnos al puerto desde donde embarcaríamos. A veces yo no entiendo nada, voy tratando de ser lo menos aprensiva posible y sin querer controlar. La información que a veces te dan no es clara, la organización de los tours tampoco, pero me he dado cuenta que al final de todo, yo sé menos que estas personas y si alguien va a lograr resolver, son ellos. Así que yo me siento y confío.

Llegó el momento de embarcarnos. Nuestro guía fue Neo, un peruano con un excelente Inglés, Español, Quechua y entendimiento básico del Aimara.

Dentro de la primera hora en camino a nuestro destino hice algunos amigos que también viajaban solos. Eramos los únicos 3 que solo teníamos nuestra propia compañía así que nos la pasamos juntos el resto del viaje. Los 3 venimos de lugares tan distintos que ver cómo cada uno veía esta experiencia lo hizo todavía más especial.




Nuestra primera parada fue la isla de una comunidad de Uros. Hay varias y dependiendo de tu tour, es en la que te bajas. Estas islas son famosas por sus flotillas hechas de totora, que ahora también las adornan con cabezas de lo que parecieran ser pumas. Hay personas que dicen que estas paradas son muy posadas y falsas, que solo están así para el turismo. Para mí, sea cual sea la verdad, me recuerdan que hay diferentes realidades.

Hay personas, hay historias y hay maneras de vivir que hacen que me lo cuestione todo.

En esta primera parada, vimos a niños que se involucran en las actividades turísticas, como por ejemplo Melissa, que se subió en el barco de totora en el que nos dieron un paseo. Nos cantó, aunque todos podíamos notar que no quería hacerlo. Al final lo hacía para recolectar algunas monedas.

Para mis compañeros de viaje era muy impresionante ver a infancias "trabajando", hablábamos sobre si lo mismo pasaba en nuestros países de origen. Lo único que quiero es volver a ver estas situaciones sin normalizarlas. Quiero algo mejor para Melissa pero no sé qué puedo hacer yo para cambiar las cosas. A final de cuentas, estas comunidades viven del turismo. Decidir no ir es quitarles una oportunidad. Ir sin siquiera cuestionarme lo que vi, es mero privilegio pero también, creer que la realidad que yo vivo es mejor que las de otras personas, es ignorancia. Eso es lo que espero que me quiten estos viajes, la ignorancia y el ego.

Después de dejar las islas de los Uros nos adentramos 1 hora y media más hasta la isla de Amantani. Ahí es donde pasaríamos una noche y a cada persona del grupo se le asignó una familia que les recibiría. A las 3 personas que viajábamos solas nos recibió la misma familia, la familia de Nilda.

Cuando digo que nos recibe la familia, es que comimos y vivimos como lo hacen ellos. Se nos asignaron espacios en su casa para poder dormir.


De nuestra familia, Yenzi, una niña que está por entrar a primaria, era la más emocionada de compartir con nosotros. Aunque tenía muchas dudas, poco a poquito fue animándose a jugar a la pelota con nosotros, a compartirnos sus juguetes, asomarse cada vez que nos escuchaba salir de nuestra habitación.


En la isla hay 10 comunidades. Nilda nos contó que ellos reciben cada 3 meses a personas en su casa para también darles una oportunidad a las demás familias de la isla.


En el lado desde de la isla desde donde nos quedamos, podíamos hacer una caminata de subida al tempo de Pachamama y Pachatata. Una caminata no tan difícil pero aquí la altura te sigue jugando en contra. Estamos en el lago navegable más alto del planeta.

Con unas hojitas de coca, hicimos una ofrenda. Neo, el guía, que también se quedó en la isla nos explicó que tienes que subir al lugar sagrado con tus hojitas en la mano derecha y al llegar a la huaca, rodearla 3 veces hacia el lado derecho. Al terminar piensas en tu intención, doblas las hojitas y las ofreces al templo. Hay algo en mi corazón y en el de mi familia que sé que en estos momentos les preocupa mucho, para eso hice mi ofrenda. Aunque estemos lejos, las cosas que nos duelen también nos mantienen cerquita.




Al bajar del templo y después de cenar, el pueblo de Amantani nos invitó a hacer una recreación de una fiesta en el salón de la comunidad. Nilda nos vistió con el atuendo típico. Con faldas rojas, no azules porque somos invitadas, no parte de la comunidad de Alto Sancayuni.

Usan unas fajas tan apretadas que apenas puedes respirar. Tratar de caminar y subir la montaña con la altura, hace que te quedes sin aire. Ellas no lo sienten, no sienten la altura ni la presión de las fajas. Es algo a lo que están habituadas e incluso las utilizan cuando les duele la panza. Dicen que con eso se quita el malestar. No sé si lo apretado adormece el cuerpo y dejas de sentir el dolor.


En los momentos en que lo apretado de las faldas y el calor ya no me dejaban seguirle el paso a los bailes, me salía del salón y ahí vi las estrellas. Esas estrellas que alguien hace años me dijo que solo brillaban así desde el Lago Titicaca.

No tengo palabras para explicar lo que fue mirar el cielo y saber que estaba parada, muy lejos de casa, pero justo en el lugar en el que tenía que estar. En el sitio en que que soñé algún día poder encontrarme.


No me quería ir a dormir, quería quedarme viendo las estrellas lo más que pudiera pero el frío te hace irte a descansar.


Al día siguiente, llegó el momento de despedirnos de nuestra familia. Nilda nos acompañó hasta el puerto. En quechua no hay una palabra para decir adiós, lo más parecido es "Tupananchiskama" que significa "hasta que la vida nos vuelva a encontrar".


Me gusta pensar que no tengo que despedirme de todas las personas y lugares que han tocado mi corazón, sino que estamos esperando al momento correcto en que la vida nos vuelva a poner de frente. Prefiero vivir así, con la esperanza de que hay algo que tal vez nos vuelva a unir y no una despedida eterna que dibuje un límite entre lo que hemos aprendido a querer y nosotros mismos.


Nos fuimos de Amantani, 1 hora y media más en bote hasta llegar a Taquile. Solo cuando navegas el Titicaca entiendes la magnitud de un lago que comparten 2 países. Llega un punto en el que parece que es el mar. Las islas que están ahí y son producto de la actividad tectónica, son impresionantes. El agua es clara, aunque no todas las partes de las islas sean muy limpias. Podrías pensar que estás en el mediterráneo, solo que aquí nadie nada con el agua helada.



Taquile nos dio más vistas increíbles y cátedra sobre textiles. A las personas como a mí que nos encanta la parte de las artesanías, es un deleite. Para quienes son indiferentes a estas cosas, se vuelve un recorrido con demasiado sol y mucho cansancio acumulado.


Regresamos al puerto de Puno después de casi 3 horas de estar en el bote. Horas que intenté utilizar para recuperar el sueño pero mi mente no lo lograba.


Este viaje por el Lago Titicaca solo me recordó como hay realidades que mueven todo dentro de nosotros, que me hacen preguntarme qué hago y qué quiero hacer con mi vida, pero también que hacen que nos desconectemos de lo que conocemos y aprendamos. Los Uros, Amantani y Taquile, al igual que Perú, me han regalado algo que yo sentí que no tenía, espiritualidad. Aunque la palabra me sigue espantando, me he dado cuenta que no necesito una religión para eso, que es una manera de conectar, especialmente con la naturaleza.


Creo que esa es otro gran regalo de este viaje. Yo no lograba creer en nada, no encontraba nombres que me hicieran sentido para la fuerza del universo que sé que nos acompaña. En Perú descubrí eso que no sabía que con tantas ganas buscaba. Lo he encontrado en la Pachamama, en los Apus, en las lagunas, en los volcanes, en el Valle Sagrado, en las huacas. Una palabra que por fin me hace más sentido: cosmovisión.


Si llegaron hasta esta parte de la carta, gracias por acompañarme en este viaje. No es la primera vez que cuento que me cuesta trabajo conectar con la espiritualidad, pero tal vez sí sea la primera vez que encuentro algo que me hace más sentido.


Ojalá a alguien más le sirva también.


Ya quedan pocas cartas de este viaje. Si no se quieren perder ninguna, acuérdense que puedan dejarme sus correo aquí y les llegará un mail cada vez que publique una nueva.


Con amor,


Ana Sofía.




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