No puedo creer que llevo 20 días en Perú. Me faltan otros 40, y siento que el tiempo no me alcanza. Siempre he vivido con esa sensación: que las horas en el día no son suficientes para todo lo que quiero hacer, aunque hago demasiadas cosas. Trato de malabarear mis 3 trabajos con mis ganas de ver el mundo. A veces la factura que pago es pasar demasiado tiempo en la computadora, sintiendo que no completo nada. Los pendientes siguen llegando y la lista se vuelve interminable.
Pero no quiero que de eso se trate esta carta, solo quería desahogarme un poquito.
Hoy tengo ganas de escribir sobre las expectativas y contarles la historia de cuando me nevó en las montañas, pero necesito empezar por el principio.
Antes de viajar, leí Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, un libro que toma lugar en los Andes de Ecuador, pero que describe paisajes muy parecidos a los de Perú. Habla sobre montañas, lagunas y cosas místicas que pasan al pie de los nevados. Me enamoré de la manera en que hablaba de la personalidad de las montañas y no pude evitar relacionarlo con los paisajes que sabía que iba a ver en mi primera parada: Cusco.
Me clavé. Investigué un poco más sobre la historia de los incas y su cosmovisión, y así entendí que Cusco es la ciudad de los Apus. Los Apus son las montañas y Cusco está rodeada por dos principales: el Salkantay y el Ausangate. Apu es el nombre que se le dio a los espíritus protectores de las montañas, que son sagradas. Por eso, los famosos treks de varios días, como el Salkantay Trek, son mucho más que experiencias turísticas para muchas personas.
Algo en mí no pudo evitar enamorarse de estas historias, sobre todo de la del Ausangate. Investigando, descubrí un tour que te lleva por las siete lagunas que están a los pies de este Apu. Me aventé. Decidí reservarlo un lunes, un feriado en México, con la esperanza de que, por ser lunes, me tocara vacío.
Me fui a la aventura, emocionada por saludar a Apu Ausangate y deslumbrarme con su tamaño.
El trayecto en carro hacia la montaña duró tres horas y estaba muy nerviosa. Tenía miedo de que me afectara la altura y no pudiera llegar, ya que te advierten varias veces que, si te sientes mal, es mejor hacer el ascenso en caballo. Con mucho nervio, pero viendo que el grupo con el que iba parecía listo para empezar sin mucha experiencia, me sentí más confiada y comenzamos nuestro ascenso hacia las lagunas.
Fue una caminata de aproximadamente una hora y media hasta llegar a la primera laguna.
Durante todo el trayecto, Apu Ausangate estaba prácticamente escondido detrás de una neblina. Yo solo subía con la ilusión de que se despejara para poder ver sus cimas. Mientras subía, pequeños riachuelos y familias de alpacas me acompañaban en el camino. El paisaje era amarillo, como una mezcla entre la temporada seca y una advertencia de que se acercaban las lluvias.
Cuando por fin llegamos al punto más alto, tuvimos 30 minutos para observar las primeras dos lagunas rojas, hasta que... empezó a llover. La neblina lo cubrió todo. Lo poco que se veía del Ausangate desapareció para cuando llegamos a la tercera laguna.
Por más que pensamos que sería una llovizna, la montaña decidió regalarnos nieve. Nieve que se congelaba en nuestras chamarras y se derretía, empapando toda nuestra ropa. Nieve que empezó a congelar nuestras manos y que no nos dejaba ver el camino. Solo me quedó seguir caminando.Empapada y todavía me faltaban dos horas de caminata bajo lo que se sentía como hielo.
No recuerdo haber visto mucho ni haber podido disfrutar de las lagunas cuatro a siete. Ahora que lo pienso, ni siquiera las conté. Solo caminé y caminé, tratando de llegar a algún lugar para resguardarme. Ese lugar nunca llegó. La nieve paró cuando estaba a 30 minutos del refugio.
Apu Ausangate empezó a asomarse justo cuando estábamos descendiendo. Tenía que voltear para verlo, para asegurarme de que seguía allí.
La montaña me dio una gran lección sobre cómo cargamos con mochilas llenas de expectativas que pesan mucho.
Esta historia también me recuerda a lo que escribí sobre la Sierra Gorda y el Mirador de 4 Palos, un texto que se hizo viral. Ahí conté que el guía nos dijo: "Pídanle permiso a la naturaleza para que les deje ver la marea de nubes". Creo que Apu Ausangate hizo lo mismo conmigo. Me enseñó que las expectativas nos pueden generar falsas ilusiones y, al mismo tiempo, nos pueden agarrar desprevenidos. Nos hacen pensar que tenemos el control de cosas que poco tienen que ver con nosotros o que podemos decidir cuando hay algo más grande que tal vez ya tomo una decisión.
La lección que me dejaron las lagunas del Ausangate es que las experiencias más bonitas tienen el balance perfecto entre nuestra capacidad de sorprendernos y la habilidad de encontrar lo positivo en las situaciones menos convenientes.
A pesar de que me congelé y me preocupaba mi ropa empapada, me divertí. Me di cuenta de que puedo ser mi mejor o peor compañía, todo depende de la actitud que yo tome. Eso siempre me lo ha dicho mi papá y tiene razón, por más que haya veces que me gustaría que no la tuviera.
Aunque no vi al Ausangate en todo su esplendor, o no logré ver las lagunas como en las fotos que me causaron tanta ilusión, entendí que mi experiencia tuvo que ser exactamente así para que yo sintiera la majestuosidad de las montañas que me acompañaban.
No necesitaba ver al Ausangate para sentir su presencia. No necesitaba la foto "perfecta"; necesitaba la humildad cósmica que me dio saber que hay algo más grande que yo, escuchando y dándome las lecciones que necesito.
Por eso también escribí esto y lo publiqué en mis historias de Instagram:
"Hoy recordé lo importante que es caminar por la vida con las expectativas necesarias. Ni tantas, porque corremos el riesgo de cargar con decepciones. Ni tan pocas, que la vida nos agarre desprevenidos. Mucha humildad cósmica para aceptar que lo que vivo hoy es lo único que tengo. Lo que no está en mi control encontrará la forma de resolverse."
Ojalá que las expectativas no nos roben nunca nuestra capacidad de sorprendernos y que sepamos disfrutar del momento, sea como sea.
Si quieren ver más detalles de mis aventuras, se los dejo en videitos aquí. También pueden suscribirse aquí para que reciban mis cartas directamente en su correo.
Y aunque dije que no logré la foto "perfecta", estoy enamorada de lo que capturé antes de que cayera la nieve.
*Un secreto para quienes llegaron hasta aquí: desde la Montaña de Colores se puede ver el Ausangate. El día que subí, lo hice desde el camino de las cuatrimotos, y por suerte, tenía una vista espectacular del Apu. Así que no me voy con el corazón completamente roto de no haberlo visto, pero entendiendo que el día que fui a saludarlo, me enseñó lo único que yo tenía que ver.
Con amor,
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